domingo, 26 de abril de 2009

La trama solidaria

El Comercio Justo está echando raíces en la Argentina. Aquí, dos experiencias ligadas con el rubro textil de un movimiento con presencia en el mundo, que apunta a que la elaboración de un producto conlleve desarrollo social y respeto por la tierra
Domingo 26 de abril de 2009. Diario La Nación de Buenos Aires

Doña Berna es la tejedora estrella de la Fundación Adobe, que recuperó técnicas ya extintas del monte santiagueño
"Comercio, sí; ayuda, no": la consigna se comenzó a escuchar en la opulenta Europa de los años 60. La esgrimían sectores estudiantiles preocupados ante la brecha que veían abrirse entre la pujanza primermundista y la pobreza de los países periféricos. Estos grupos denunciaban las condiciones desfavorables que imponían los países industrializados al momento de comerciar con las naciones pobres, en general proveedoras de materia prima. Pero también cuestionaban las prácticas asistencialistas que, implementadas también desde el mundo desarrollado, brindaban ayuda a sectores empobrecidos del Tercer Mundo sin aportarles recursos para salir del estado de carencia. Frente a unos vínculos internacionales que sólo parecían ofrecer inequidad o caridad, ellos propusieron el Comercio Justo, una alternativa que hoy, en plena crisis económica mundial, merecería mirarse con mayor atención.

"Es una tecnología social muy nueva, que aún está en construcción -confirma Paola Berdichevsky, integrante de Avina, fundación dedicada a la promoción de la economía social y solidaria en América latina-. Nace, sin duda, desde una lógica primermundista. El lema Trade no aid significó cambiar la lógica de la caridad por el reconocimiento de la dignidad de productores a "los pobres del tercer mundo". Comienza desde una transacción comercial en condiciones de respeto por las y los productores, pero es también una herramienta para generar conciencia y abrir debates".

¿En qué se basa esta modalidad comercial? En lanzar al mercado productos de suma calidad que, además, garanticen (con los debidos sellos y supervisiones internacionales) que en su elaboración se siguieron criterios ecológicos, se generó desarrollo social y se respetaron las condiciones laborales de los productores. El Comercio Justo está íntimamente ligado con la noción de "consumo responsable". Esto es, la existencia de personas dispuestas a pagar un poco más por productos elaborados en óptimas condiciones humanas y naturales. Los alimentos orgánicos y las artesanías suelen ser los bienes de intercambio más habituales. En Europa (especialmente Italia) y los Estados Unidos se cuentan por miles las tiendas dedicadas exclusivamente a su comercialización.

El Banco Mundial reconoció al Comercio Justo por su aporte a un mejor uso de los recursos naturales, el descenso de riesgos de salud por la utilización de menos sustancias químicas y el mayor empleo de mano de obra en el agro. Según la Federación Internacional de Comercio Justo (IFAT, International Federation of Alternative Trade), en 2007 las ventas correspondientes a trece países de América latina ascendieron a US$ 47.180.708. Ese mismo año, las ventas globales de alimentos certificados por FLO (Fairtrade Labelling Organization: organización otorgante del sello de calidad del Comercio Justo) aumentaron un 47% respecto de 2006.

Ni estos datos ni los conceptos en danza son demasiados conocidos en la Argentina. Sin embargo, existen a lo largo de todo el país emprendimientos vinculados con un movimiento que aspira a crecer a escala continental. A continuación, dos casos que dan cuenta de eso.

Memorias del monte
Todo empezó con una escuela de telar. En 2001 la Asociación Adobe se propuso recuperar antiguas y casi extintas técnicas textiles nacidas en el monte santiagueño. "El objetivo era que se volviera a tejer -explica Sofía Folatelli, trabajadora social que desde hace cuatro años trabaja en el proyecto-. Generar trabajo con una riqueza que las mujeres que viven en este lugar ya tenían". Que tenían, pero habían olvidado.

Cuenta la gente de Adobe que, tras siglos de olvido y menosprecio, los saberes ligados con el tejido y el hilado no sólo estaban relegados, sino que también eran enérgicamente rechazados por las hijas y nietas de las pocas mujeres que aún se decían "tejedoras". Ocurría lo mismo con el que hoy es uno de los ejes más interesantes del emprendimiento: los tintes naturales. "No querían usarlos -recuerda Claudia Mazzola, artista textil e integrante de Adobe-. Decían que las tinturas químicas eran más rápidas, de colores más fuertes. No querían ni siquiera recordar." Hasta que un día algo se destrabó y una de las alumnas de telar contó cómo su abuela teñía las telas con productos obtenidos en el monte. De a poco los recuerdos fueron surgiendo y las capacitadoras llegadas de la capital asistieron, maravilladas, a la recuperación de colores y tonalidades únicas. "Entre todo apareció la cochinilla; o grana, como la llaman ellos -continúa Mazzola-. Es un parásito que se cría en los cactus y da unos rojos, rosados y naranjas muy utilizados en el tejido santiagueño antiguo." Con la recuperación de este tintóreo surgió un proyecto paralelo al de las tejedoras: la organización de pequeños productores dedicados a la cría de cochinilla en palmas de tuna.

"La misión de Adobe es generar mayores oportunidades de vida en el campo. Por ello sumamos a la escuela de telar el proyecto de los pequeños productores, emprendimientos educativos, huertas, viveros y una reserva forestal (un predio cerrado de 18 hectáreas) que permitió la recuperación de especies vegetales y animales", enumera Folatelli.

Una reparación de la memoria y la autoestima colectiva que entre sus grandes protagonistas la tiene a doña Berna. Tejedora estrella de la escuela, a sus casi 80 años se convirtió en maestra y guía de las tejedoras más jóvenes. "Doña Claudia, a ese color lo han dejado solito", le dijo a Mazzola una vez, mientras señalaba una alfombra en la que, efectivamente, algo andaba mal. Porque para ella los colores se acompañan, están alegres o sufren en soledad.

Mientras la escuela se fortalecía, surgió la necesidad de organizar a las tejedoras. "Huarmi Sachamanta" se llamaron a sí mismas y se impusieron ritmos de trabajo y estándares de calidad con capacidad de competir en el mercado internacional. Un desafío nada fácil en una zona donde la sequía aprieta, la tierra se encrespa con el viento y en verano la temperatura puede llegar a los 50 grados. En esas condiciones, las Huarmi están produciendo piezas prolijamente tejidas, limpias, con los colores correctamente enjuagados. Muchas de esas alfombras y mantas se venden desde hace unos tres años en el exigente mercado de diseño de Milán. Otras se vendieron (y venden) en Santiago del Estero, en el puesto que las Huarmi poseen en la ruta 92. Y este año, con la apertura de la galería textil Spazio Sumampa en Buenos Aires, los espléndidos trabajos de las teleras santiagueñas tienen un espacio de comercialización en medio del vértigo porteño.

"El proyecto Sachamanta se focalizó en la producción y la venta de tejidos -asegura Folatelli-. Si capacitás durante tanto tiempo, en algún momento tenés que ayudar a generar medios para que los productos se comercialicen." En 2007 Sofía participó en una capacitación sobre Comercio Justo organizada por la Agencia Española de Cooperación Internacional en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Descubrió que lo que estaban haciendo en Santiago estaba muy emparentado con esa propuesta y, a su regreso, se propuso afinar aún más el emprendimiento. Por ejemplo, en lo referido a la composición del precio. "Fue un trabajo bastante difícil porque uno de los componentes del precio es el valor del tiempo de trabajo invertido -cuenta-. Pero ellas no tienen un horario fijo; el tejido (y el hilado aún más) está muy integrado a su vida cotidiana."

Con todo, las Huarmi tomaron como referencia el valor de los jornales de su región, hicieron números, contabilizaron materias primas y consideraron el trabajo de las hilanderas tanto como el de las tejedoras. Hoy pueden explicar la composición de sus precios a cualquier cliente. Aunque sus productos no cuentan con los sellos de las organizaciones internacionales, los criterios de producción, comercialización, respeto por el medioambiente y recuperación social los identifican con el Comercio Justo. "Porque adquirir una alfombra no es sólo eso. Es conocer lo que hay detrás: una historia, una persona, cantidad de procesos -comenta Folatelli-. Eso destaca el Comercio Justo, identificar a las personas que están detrás de cada producto, que no sea algo sin pertenencia. Con la salida del local en Buenos Aires estamos integrando los aprendizajes del último tiempo. El desafío ahora es darle continuidad y lograr que el proyecto pueda empezar a ser autosustentable."

Textiles responsables
Las remeras son de un diseño impecable, textura delicada y poseen estampas con motivos de aves y plantas. Integran la línea Levi?s Eco, una de las últimas apuestas de la marca de jeans, que concentra en este producto excelencia, criterios de producción respetuosos del medio ambiente y principios de consumo responsable. En suma, una iniciativa acorde con los parámetros del Comercio Justo.

"Me interesa mucho que un proyecto sea generador de trabajo, que permita cambiarle la realidad a la gente -se entusiasma Gabriela Soria, asesora de la Fundación Levi Strauss que, tras veinte años de trabajo en el mundo del marketing corporativo y la moda, encontró en este ámbito una síntesis entre desarrollo económico y conciencia social-. Creo que es una plataforma increíble para vender un producto maravilloso, pero que no es masivo: está destinado al nicho de quienes entienden de qué se trata esto."

Por su parte, Harold Picchi, presidente de la ONG Otro Mercado al Sur y uno de los grandes impulsores del emprendimiento que culminó en las remeras Levi´s Eco, asegura: "El Comercio Justo no está peleado con el mercado. El objetivo es desarrollar emprendimientos productivos en los que el factor humano sea sustancial".

Picchi conoció este modelo económico en 2002, durante una estada en Italia. Le pareció que la iniciativa debía traerse a la Argentina, especialmente en aquel crítico momento. En 2004 se creó la asociación civil sin fines de lucro Otro Mercado al Sur, inscripta dentro de los principios de la IFAT. Tras algunas experiencias con comunidades aborígenes y cooperativas productoras de miel en Santiago del Estero, Picchi supo que en Pigüé existía una cooperativa que trabaja en la industria textil y conoció a algunos pequeños productores de algodón (también agrupados en cooperativas) en Chaco. Fue entonces cuando decidió vincular el trabajo de la Cooperativa Agroecológica de Chaco con la planta industrial Textiles Pigüé. El objetivo era formar una cadena completa de producción (recolección, hilandería, tejeduría, tintorería, confección), algo bastante inusual en el ámbito del comercio justo. "En general, el fair trade se maneja con productos alimenticios y artesanías -explica-. Este es uno de los pocos casos que trabaja con toda la cadena productiva."

El desafío fue enorme. Entre 2004 y 2006, todos los implicados asumieron un esforzado proceso de prueba, error, aprendizaje, capacitación. Desde salvar las distancias geográficas y culturales entre los participantes de la cadena (productores rurales, operarios, técnicos, ingenieros agrónomos e industriales) hasta dejar de lado los criterios artesanales, asumir el rigor de la producción en serie y ponerse a tono con las exigencias del mercado internacional. El proyecto se presentó a Ctm Altromercato, una importadora italiana de Comercio Justo que, tras monitorear el emprendimiento, lo aprobó y financió. Así se realizó la primera producción de remeras. Luego vino el convenio con Levi´s Argentina, que redundaría en la segunda campaña. Asimismo, ya se solicitó la certificación del algodón orgánico a FLO, de modo que la cadena estaría en breve avalada por una entidad internacional.

En su primera campaña, la Cadena Textil Justa y Solidaria -así la llamaron- logró exportar 7000 prendas a los establecimientos de Comercio Justo europeos. Los productos argentinos cumplían con cada uno de los requerimientos para ingresar en esas cadenas: el algodón, cosechado sin fertilizantes ni pesticidas, había sido teñido con tinturas de bajo impacto ambiental; los implicados eran cooperativistas y productores indígenas; el precio del algodón correspondía a las condiciones impuestas por FLO. Exactamente las mismas pautas que rigen a la campaña realizada tras el convenio con Levi´s. "Si una marca así nos elige es que confía en la cooperativa -asegura Norma, una de las operarias que trabaja en el taller de confección de Textiles Pigüé-. Y eso nos hace sentir orgullosos". Junto con sus compañeras de taller, cursó un programa de capacitación financiado por la Fundación Levi Strauss. Otros integrantes de la cooperativa realizaron cursos en INTI e incluso viajaron a Italia para instruirse sobre los lineamientos del Comercio Justo y acordar transferencia de tecnología.

"Todavía nos falta" y "hay mucho por aprender" son dos de las frases más escuchadas en la planta de Pigüé. Marcos Santicchia, ingeniero industrial que trabaja en la cooperativa hace dos años y medio, comenta: "Me quedé por el desafío de mostrar que un proyecto con responsabilidad social es viable".

De momento, la constitución de la Cadena Textil Justa y Solidaria le valió a Otro Mercado al Sur el Premio a la Responsabilidad Social Empresaria 2007 otorgado por la Fundación ProTejer. Un reconocimiento a un proyecto que tiene poco de declamación y mucho de trabajo a conciencia: "No me parece que un producto deba ser un panfleto -reflexiona Picchi-. Sólo debe ser honesto y en él debe poder leerse la historia de quienes lo hicieron. Quien lo adquiera sabrá que es orgánico y que todos los que participaron en su elaboración trabajaron en forma digna. Hay transparencia; se puede decir claramente por qué cuesta lo que cuesta".

Por Diana Fernández Irusta
dfernandez@lanacion.com.ar


Para saber más: www.levi.com.ar
www.otromercado.org.ar
www.spaziosumampa.com.ar

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