martes, 12 de enero de 2010

Ema Pizarro. La historia de una mujer contra la extrema pobreza

Diario La Nación. Domingo 10 de enero de 2010

La monja argentina que lucha contra la exclusión en Ruanda

Desde hace dos décadas Ema Pizarro vive en este país africano asolado por la violencia tribal y la pobreza extrema. Allí, junto con otras religiosas, educa y capacita en oficios a cientos de jóvenes cuyo destino, de otro modo, sería la marginalidad y la guer Domingo 10 de enero de 2010

Se llama Ema Pizarro, es argentina y hace 25 años llegó a Africa, con la misión de educar a las niñas cuyo único destino ha sido, hasta ahora, el infortunio. La hermana Ema, de la Congregación de María Auxiliadora, las ayuda a aprender un oficio, a decir y escribir palabras para comunicarse mejor. Desde hace unos años también alfabetiza a los niños. Para que su futuro, cuando crezcan, no sea sólo la violencia, la marginalidad o la guerra.

Es una batalla desigual contra la exclusión, y en esa lucha todas las herramientas sirven. El año pasado, la hermana Ema llegó a la Argentina en un año sabático. Su congregación le concedió ese beneficio para capacitarla en oficios, lenguas y otros saberes que la monja argentina volcará desde este mes en Ruanda, tras su regreso al pequeño y castigado país africano donde vive hace dos décadas y media. Ruanda es un país de dolor profundo, producido por el atroz genocidio ocurrido entre abril y julio de 1994, que dejó casi un millón de muertos. Hoy, cuando las heridas todavía supuran, el país sufre el rebote de la violencia que le deriva su vecina, la República Democrática del Congo, donde la historia de sangre y muerte se repite.

Antes de partir, Ema Pizarro dejó en una provincia argentina, cuyo nombre pide a LA NACION que no se revele, al pequeño Gabriel, el niño cuya vida salvó en la ciudad congoleña de Goma, separada de la ruandesa Ginsenyi, donde la religiosa vive, por apenas una calle. La hermana Ema y las otras religiosas de la Orden cuidaron de Gabriel, al que encontraron deambulando en los campos de refugiados hutus en Goma. Gabriel fue adoptado por una familia argentina que tiene otros tres hijos. El niño, que habla un español claro, cumplió así el sueño que le confió a la hermana Ema: "Tener una mamá para siempre".

Durante todo el último año Ema Pizarro se capacitó en hotelería, catering y computación. Ahora, en Ruanda, dictará cursos para los niños que estudian en la congregación en Ginsenyi. "Una religiosa pide un año sabático y se lo dan. Una tiene que volver a aplicar lo aprendido a su misión", explica. Su vocación parece inquebrantable.

La monja eligió como destino Comodoro Rivadavia. Habituada a las multitudes africanas, la convenció el hecho de que en la casa de la Patagonia había pocas religiosas y eso le facilitaba aprender varios oficios. "Empecé con la computación. En nuestro centro de formación, las chicas y los chicos están aprendiendo hotelería. Es un buen oficio porque les da una salida laboral. Pero para hotelería necesitan computación. Como no sabemos cuáles serán sus oportunidades laborales, queremos que estén preparados para otros trabajos. Con esa herramienta, las chicas pueden también hacer tarjetas y otras cosas", dice Ema, que a su edad -la que guarda celosamente- conserva una vitalidad juvenil.

Dice la religiosa que las chicas, las menos favorecidas en el sistema educativo ruandés, necesitan aprender oficios rápidos, de fácil inserción laboral. "Siempre pensando en la hotelería, también estoy haciendo un curso de catering . Es necesario que los jóvenes aprendan todo lo relativo a la hotelería", comenta con entusiasmo.

Siempre con la mirada puesta en Africa, la religiosa también pensó en otras salidas laborales para las niñas. "Quiero que aprendan algo de arte. Estuve tratando de mejorar todo lo relativo al arte francés. Ellas tienen unas artesanías típicas y con eso pueden trabajar en sus casas, en grupos, como les gusta hacerlo, lo que les permitiría ganarse la vida", subraya.

La orden religiosa a la que pertenece Ema Pizarro privilegia a las niñas "porque son las que menos posibilidades tienen en la vida. Su espacio en nuestra congregación es más grande porque a ellas se les niega más la educación, al tener que ocuparse del trabajo en la casa. Pero también nos ocupamos de los chicos adolescentes".

Alfabetización y lectura, costura, hotelería, computación, enseñanza toda en manos de sólo siete monjas en dos casas de Ruanda para atender una demanda de unos 500 alumnos. Una casa en Kigali, la capital. La otra, en Ginsenyi, la hermosa aldea fronteriza con el Congo.

Este año, la congregación abrirá las puertas también por la tarde. Las religiosas quieren que los niños practiquen lo que aprenden. Por lo menos dos horas, hasta la caída del sol. A falta de energía eléctrica, la vida se apaga en Africa cuando el sol se esconde. Y se reinicia al alba, cuando el sol despunta y permite a los eternos caminantes de los costados de los malos caminos reanudar sus labores cotidianas.

Una de las misiones que la religiosa se ha propuesto en los próximos meses es abrir una biblioteca para los niños que estudian en la congregación. "Estamos en los primeros pasos. Queremos que le tomen gusto a la lectura. En las escuelas de Ruanda el problema es que no tienen libros. Los chicos van a la escuela y se llevan un apuntecito. Pero nunca tienen un libro", precisa.

El genocidio, la herida sin cerrar
Ema Pizarro es muy cautelosa a la hora de hablar sobre el genocidio. Su íntima convicción es que aquella masacre inenarrable fue orquestada desde afuera. La monja argentina conoce a los ruandeses como nadie. Incluso, porque aprendió a hablar en kinyarwanda, la lengua del país. Y con el aprendizaje del idioma, absorbió mejor la cultura local. "La gente trata de convivir como puede. La desconfianza de unos contra otros sigue allí. La Iglesia hace muchos encuentros para que la gente hable y vuelvan a estar juntos. Pero es un camino largo y difícil".

Dice la hermana Ema que lo curioso, en el período posterior a la masacre, es que los adultos llegan a reconciliarse más fácilmente que los jóvenes, que no vivieron el genocidio. De alguna manera, cree, el que vivió el genocidio quedó muy traumatizado y necesita recuperar su vida de algún modo. Sin embargo, muchos quedaron psicológicamente quebrados, y el trauma aumentó con el tiempo.

Es difícil entender la conflictividad de la región y el delicado equilibrio que implica salir de una masacre para intentar construir una precaria convivencia. Por ejemplo, dice la religiosa, los niños no pueden tener una vida escolar normal. "Los que van a la escuela en el Congo dejan de ir cuando aumenta la violencia en Goma, donde estudian. Y cuando no van a la escuela, no tienen nada que hacer", dice .

La monja conoció lo peor del paisaje humano en los campos de refugiados que conformaron los hutus que huyeron de Ruanda, cuando en julio de 1994 los tutsis, minoría masacrada durante 100 días que no conmovieron a la comunidad internacional, tomaron el poder. "Eran 400.000 personas, al pie de un volcán, viviendo en carpas de plástico por las que pasaban la lluvia, las ratas, el viento, el sol. Sin seguridad, con unas letrinas que eran hoyos en la tierra. Todo era tan inhumano. Los hombres se pasaban días y días sin hacer nada, sin salir de las carpas, porque no tenían derecho a circular. Eso creaba una violencia y una angustia terribles".

Las ONG internacionales levantaron precarias escuelas para los miles de chicos que deambulaban por los campamentos. Caritas, Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja Internacional. "Di clases un tiempo en una de esas escuelas, hechas con plásticos. Había que ver a los chicos , sentados sobre piedras, con sus cuadernitos en la mano". A Gabriel lo encontraron allí, vagando en un campo de refugiados. Sin familia. Sin saber leer ni escribir.

Dice Ema que en Ruanda un maestro gana el equivalente a US$ 50. Con suerte y antigüedad llega a US$ 100 o US$ 150. Un kilo de carne cuesta cinco dólares. La religiosa tiene claro por dónde hay que empezar a reconstruir el herido corazón de los ruandeses. Tanto como conoce que el camino será largo y quizá no acabe nunca: "Lo que más falta hace es formar a la gente desde lo humano. Hay que enseñarles a ser personas de nuevo. Ellos tienen que recuperar el respeto por el otro. Y a esto hay que agregarle la enseñanza de valores espirituales, cualquiera sea la religión. Tenemos que trabajar para reconstruir al hombre desde adentro, para hacerlo más persona. Porque en Ruanda todos tienen historias de dolor para contar".

© LA NACION

Quién es
Nombre y apellido: Ema Pizarro
Los primeros años: nació en Neuquén y hace 42 años se unió a la Congregación de María Auxiliadora. En nuestro país, su vida en el servicio religioso la llevó a trabajar en Junín de los Andes, Bahía Blanca y Carmen de Patagones.
Un destino en Africa: tras pasar un tiempo en Roma pidió un destino en Africa. Así llegó a Ruanda, junto con otras cuatro religiosas argentinas, hace 25 años. Ahora, su mayor anhelo es trabajar en la casa de la Congregación en Darfur.