jueves, 11 de junio de 2009

Hidroponia. Cultivos sin tierra

PRODUCTOS Y SERVICIOS EN ARMONÍA CON LA NATURALEZA
Emprendedores de las islas del Tigre: turismo más producción sustentable
En la zona del Delta, crecen los establecimientos productivos que ofrecen alojamiento y visitas guiadas. Además de trekking y clases de canotaje, en las islas se pueden tomar cursos de apicultura o hidroponia.

Diario El Cronista de Buenos Aires, Argentina. Suplemento Pymes. Jueves 11 de junio de 2009

Todo empezó con una historia de amor de adolescentes. Mónica y Arturo Villahermosa se conocieron en el Delta. Sus familias pasaban las vacaciones en casas enfrentadas y divididas por el arroyo Espera, que por entonces sólo se cruzaba en canoa. Y después de pasar toda una vida juntos, tener hijos y un negocio en el barrio de Flores, en Buenos Aires, en 2002 decidieron volver a vivir en la isla, a 30 minutos en lancha desde el puerto de Tigre. La primera idea fue crear una huerta. Y un amigo los entusiasmó con los cultivos hidropónicos. Si algo sobra en las islas es agua...

Hoy, en el vivero hidropónico Villa Mónica se ofrecen cursos y se venden productos cultivados sin tierra. “Es un sistema de cultivo poco difundido en la Argentina, pero aportaría una solución inteligente al problema de la desnutrición, por su facilidad de implementación y su alto rendimiento”, dice Arturo. En 55 hectáreas de invernáculos, se consigue una producción similar de frutas y verduras a la que se logra en 1.200 hectáreas de cultivos convencionales. ¿Cómo es esto? En un metro cuadrado de tierra se pueden sembrar nueve plantas de lechuga, que se cosechan al cabo de 75 días. En cambio, con el sistema hidropónico se pueden sembrar 30 plantas por metro cuadrado, que están aptas para comer en 60 días. Suficiente para alimentar a una familia de cuatro personas, ya que se pueden intercalar con cultivos variados: tomates, berro, espinaca, rabanitos, berenjena y rúcula.

Hay cuatro esquemas para los cultivos hidropónicos: el primero se compone de tuberías ahuecadas, similar al sistema de riego por aspersión, aunque elevado y no subterráneo. El agua con nutrientes corre en forma intermitente por los tubos en un sistema cerrado, con lo que no hay desperdicio de agua potable. En cada orificio se coloca una semilla, que irá madurando hasta hacerse planta. El segundo esquema es una variante del anterior y consiste en colocar los cilindros en forma vertical. Es el más adecuado para cultivar frutillas, con la ventaja de que quedan limpias al sacarlas de la planta. El tercer esquema consiste en cultivos en macetas con una mezcla de turba y perlita en lugar de tierra. Es un sistema ideal para vegetales que crecen en plantas, como los tomates y berenjenas. El tercer esquema se denomina “floating” y es similar a colocar agua en una pecera con un sistema de oxigenación, arriba se coloca una plancha de telgopor agujereada, donde se siembran las verduras.

Un kit para empezar los cultivos hidropónicos cuesta $ 1.200, e incluye la capacitación. Si se saca la cuenta de cuánto una familia gasta en verduras y frutas en un año, la inversión es rentable. “Muchos pequeños productores que destinaron sus terrenos a la soja están tomando cursos de hidroponia para autoabastecerse y complementar sus ingresos con la venta de frutas y verduras”, dice Antonio. Por otra parte, “cada vez más personas se vuelcan a la alimentación natural, y hay pocas cosas tan gratificantes como cultivar los propios alimentos. Con el agregado de que los cultivos hidropónicos pueden hacerse hasta en un balcón”.

La propuesta que Mónica y Arturo ofrecen en su vivero es pasar un fin de semana en las cabañas y tomar un curso básico de hidroponia. Para los turistas que sólo van por el día, la opción es tomar el té y hacer una visita guiada al vivero para conocer los conceptos básicos de este método de cultivo del futuro.

El sabor de la miel

Marta Mattone es una pionera en el desarrollo de la apicultura en el Delta. Su padre fundó el establecimiento apícola Fe y Esperanza en 1946, y fue quien le enseñó el oficio. La familia de Marta vivió varios años en el Delta y luego se trasladó a Buenos Aires para que los hijos pudieran ir a la escuela. Sin embargo, una vez que se casó, a principios de los 80, volvió a vivir en la isla y retomó el negocio familiar de criar núcleos de colmenas, que es el insumo principal con el que trabajan los apicultores. Ni siquiera había luz eléctrica, y había pocos pobladores en la región. Una década después, resurgió el turismo y Marta se hizo conocida por la venta de miel pura y la producción de cerámicas en su taller. Los turistas que se acercaban hasta su casa en la isla de Tres Bocas para comprar miel, jalea y polen, comenzaron a interesarse por la capacitación. Marta implementó entonces cursos de cerámica y de apicultura. Hoy se ofrecen desde visitas guiadas al colmenar, hasta un curso completo de apicultura de tres meses. También, en combinación con otros emprendedores, se puede hacer trekking, canotaje, cabalgatas y pasar un día de campo con almuerzo campestre y merienda incluídos. Por otra parte, junto a su marido Sergio iniciaron un emprendimiento de cabañas turísticas (www.micasaeneltigre.com.ar). Hoy cuentan con cuatro casas totalmente equipadas en las que reciben a turistas de fin de semana (tanto argentinos como del exterior), y algunos inquilinos permanentes que se mudaron a las islas buscando una forma de vida menos acelerada y en mayor contacto con la naturaleza. “Uno aquí está alejado, pero al mismo tiempo está cerca del centro”, dice Sergio, quien viaja todos los días hasta su taller en el barrio de Villa Urquiza. “A mí me lleva 20 minutos llegar en lancha hasta una guardería en San Fernando, y de ahí son 30 minutos en auto o en tren hasta mi trabajo”, asegura.

En la época en que se fundó Fe y Esperanza, y hasta 1950, las islas del Delta eran el centro de producción frutihortícola que abastecía a Buenos Aires, y esto generaba actividades conexas, como la mimbrería para elaborar canastos. Pero la época dorada del Delta terminó con las inundaciones de los 50, reflejadas con crudeza en el clásico filme “Los isleros”, de Lucas Demare, con Tita Merello. Sin apoyo gubernamental, los pobladores perdieron todo y debieron emigrar hacia “tierra firme”. De los 25.000 habitantes que había, quedan apenas 5.000 permanentes, aunque según la Agencia de Desarrollo Turístico de Tigre, 60.000 personas visitan el Delta cada fin de semana.

Turismo sustentable

La actividad turística es hoy un pilar del desarrollo económico del Delta, desplazando a otras actividades extractivas e industriales. A partir de la crisis de 2002, se produjo un boom de desarrollos inmobiliarios con barrios cerrados y countries náuticos. Pero no se trata de un fenómeno nuevo. Durante la segunda mitad del siglo XIX la zona del Delta ya era un centro de recreación turística importante gracias a la visión de Domingo Sarmiento, quien instaló en una de las islas su casa de fin de semana, que se puede visitar como museo. Sarmiento insistió en las favorables posibilidades de desarrollo de las islas y luchó por los derechos de los colonos a poseer las tierras que trabajaban. Durante su gestión, la línea de ferrocarril a San Fernando se extendió a Tigre, lo que facilitó el comercio de productos del Delta, básicamente frutas frescas y sus derivados, y favoreció el establecimiento de lugares para pasar el día.

Desde la Agencia de Desarrollo Turístico del Tigre se promueven circuitos por las islas, como el de Tres Bocas, al que se llega tras 20 minutos de navegación en lancha colectiva, y se puede recorrer a pie, visitando distintos establecimientos productivos, restaurantes y casas de té. Uno de los más antiguos es el de La Riviera, que conserva el estilo original del “Recreo” construido hace 60 años.

Los emprendedores se agruparon en la Asociación Delta Natural para resolver problemas de infraestructura, como la recolección de basura. También participan de programas de capacitación, como el que llevan a cabo junto al INTA sobre “turismo rural y establecimientos agrícolas sustentables”, y arman promociones conjuntas para los turistas. Los nuevos isleros demuestran que es posible combinar producción, turismo y naturaleza para crecer en forma sustentable.

María Gabriela Ensinck

miércoles, 10 de junio de 2009

Biocombustibles. La nueva frontera

Biocombustibles: la nueva frontera
El paso del tiempo acota cada vez más los recursos fósiles; los especialistas dicen que es hora de acelerar la generación de energías alternativas

Sábado 6 de junio de 2009 | Publicado en edición impresa del diario La Nación de Buenos Aires, Argentina

El mundo se acerca cada vez más a la última frontera de los combustibles fósiles. No habrá petróleo para siempre. ¿Ha llegado el momento, entonces, de acelerar el paso en la producción de la bioenergía, del biogás y de los biocombustibles como alternativa? Algunos países ya lo están haciendo, y la Argentina no debe perder el tren.

Alemania es líder en el desarrollo de tecnologías para las energías renovables, tanto en la sustitución de combustibles fósiles derivados del petróleo como en la reducción en la emisión de gases con efecto invernadero.

En los Estados Unidos, Barack Obama lleva adelante su "agenda verde", que en plena campaña presidencial planteaba la creación de tres millones de puestos de trabajo y el impulso de la agricultura energética.

"En estos días, el gobierno norteamericano incrementó su apuesta llevando a 15.000 millones de dólares los niveles de inversión en laboratorios e investigación, carrera que se asemeja a la de los años 60, que se hizo para llevar al hombre a la luna", dijo el ingeniero Jorge Hilbert, del Instituto de Ingeniería Rural del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

En América del Sur, países como Perú, Chile y Brasil tienen pleno desarrollo estas tecnologías. La semana pasada, en San Pablo, se realizó la segunda cumbre del Etanol para discutir el futuro de este biocombustible.

A fines de este mes China realizará en Pekín un congreso sobre biocombustibles y etanol. "Tanto el gigante asiático como India entendieron muy bien que debían abrir sus fronteras al ingreso de tecnologías verdes. Las aprendieron y ya las ejecutan por sí solos", dijo a LA NACION Tobías Winter, supervisor de Medio Ambiente y Energías Renovables de la Cámara de Industria y Comercio Argentino-Alemana en Buenos Aires.

Tanto Winter como Hilbert participaron del Foro Tecnológico Argentino-Alemán de Bioenergía, realizado el miércoles pasado en Buenos Aires y donde hablaron otros destacados especialistas.

En el país
Desde el año último en la Argentina el INTA lleva adelante el Programa Nacional de Bioenergía. "Los proyectos apuntan a distintas fuentes de biomasa (productos vegetales, residuos agropecuarios y agroindustriales, entre otros) de cuyo aprovechamiento surge la bionergía", definió Hilbert.

¿Y qué se entiende por bioenergía? "Es todo componente de origen biológico factible de ser convertible en lo que nosotros llamamos vector energético que puede ser gaseoso, líquido o sólido y excluimos de esta definición el petróleo, el gas y carbón, que tienen el mimo origen pero que pasaron millones de años para que eso quedara almacenado en las profundidad de las distintas capas del suelo."

Uno de los proyectos trabaja sobre residuos y cultivos con finalidad energética. Otro está orientado a cultivos de desarrollo estratégico como la jatrofa (una planta de la familia del risino, es un arbusto perenne, de zona tropical y subtropical) y un tercero se ocupa de lo que son los biocombustibles de segunda y tercera generación, que tienen que ver con el aprovechamiento de la celulosa.

¿Por qué vale la pena pensar en la bioenergía?, se lo consultó. "Porque es una de las alternativas energéticas de un conjunto donde están incluidas la solar y la eólica", respondió Hilbert, pero advirtió que no es la solución para el reemplazo del petróleo ni mucho menos.

En el caso particular del biodiésel, Hilbert dijo que la capacidad instalada en la Argentina ronda el millón y medio de toneladas de producción en las plantas ubicadas cerca del complejo portuario en Rosario, en donde también se levantan las aceiteras.

Pero agregó que la industria del biodiésel tiene fuertes vaivenes del mercado así que nada es de extrañar que las plantas en determinados períodos se encuentren no operativas cuando sea más rentable exportar directamente el aceite.

Los biodigestores
Como se dijo, esta actividad en el país es incipiente. Y algunos casos valen como ejemplo. Es lo que ocurre con la empresa Bio Metanos del Sur SA. Juan Pablo García Delfino, del departamento comercial, explicó cómo trabajan.

"Hace cinco años comenzamos a buscar una solución ambiental por los malos olores que emitía el criadero con un plantel de 10.000 animales, ubicado a unos cuatro kilómetros del centro de Marcos Paz, localidad ubicada a unos 50 kilómetros de la Capital Federal", señaló el empresario.

"Como acá en la Argentina no encontramos soluciones, el gerente de la empresa, Hugo García, viajó a Brasil y allí se contactó con una empresa japonesa que estaba instalando su primer biodigestor en ese país", agregó García Delfino.

Explicó que con una inversión de 150.000 dólares trajeron los nuevos equipos para el criadero.

El biodigestor es como una gran bolsa hermética de PVC en donde se depositan por un caño (también de PVC termofusionado) el estiércol, la orina de los animales y el agua de la limpieza de los galpones.

"A los 30 días, por un proceso de fermentación surge el biogás que se acumula en la parte superior de la estructura mientras que por vasos comunicantes los líquidos escurren hacia una pileta de contención y se utilizan como fertilizantes", agregó.

El biogás lo utilizan para calentar los granos de soja (se desactiva la proteína que no pueden digerir los animales) de uso propio en la alimentación de sus rodeos y de terceros, lo que le representa el ahorro del gas que compraban (18.000 pesos por mes) e ingresos extras por el servicio a otros criaderos.

Otro ejemplo
Uno de los disertantes del foro, Karl Reinhard Kolmsee, de la empresa Smart Utilities Solutions GmbH, de Alemania, contó el ejemplo de un cliente que tienen en el Perú.

Se trata de un establecimiento avícola, que no sabía qué hacer con la acumulación de guano, "que es muy agresivo para utilizarlo directamente como fertilizante".

Entonces, según Kolmsee, la empresa decidió incorporar biodigestores, con los cuales, tras el proceso de fermentación obtiene el gas que se utiliza para uso propio en los calefactores de los galpones del criadero, y para alimentar los generadores de electricidad, mientras que los líquidos se destinan como fertilizantes.

Por Roberto Seifert
LA NACION

martes, 2 de junio de 2009

Una enfermera que ayuda a salvar las vidas de miles de niños

Historias con nombre y apellido
Una mujer que alivia los infiernos
Pilar Bauzá, la enfermera que no ceja en sus cruzadas humanitarias
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Pilar Bauzá Moreno, una enfermera que ayuda a salvar las vidas de miles de niños

Axna tenía cinco meses y pesaba 800 gramos. Permanecía con los ojos cerrados y estaba fría como una muerta. Tenía diarrea crónica, malnutrición y tuberculosis, y Pilar Bauzá Moreno pensó en ese instante que no sobreviviría. La enfermera argentina había llegado a Etiopía hacía muy poco tiempo y llevaba su uniforme de terreno: pantalones verdes con bolsillos amplios, remera blanca, estetoscopio propio, pinzas, tijeras y poco más.

Junto con un grupo de Médicos sin Fronteras habían instalado un hospital de campaña en Oromía, el centro de la hambruna. El sur etíope había caído en epidemia de desnutrición por culpa del cambio climático: una cosecha se había perdido, el stock de comida se había acabado y estaban muriendo cientos de personas en un sitio donde no hay forma de generar alimentos. Las principales víctimas eran chicos menores de cinco años; en esa debilidad total un mero resfrío los mataba. Todos los días llegaban al vivac personas en carros, en burros o directamente a pie. Había 100 ingresos por jornada, y el interior del campamento era un caos: los médicos y las enfermeras no daban abasto, no sabían a quién atender primero, se sucedían gritos y corridas, y se trabajaba 20 horas seguidas y sin descanso.

Pilar venía de Buenos Aires, específicamente de Bella Vista, donde había pasado cuatro meses recuperándose de las secuelas de un secuestro en Somalia que había mantenido al mundo en vilo. Diez hombres armados tomaron por asalto el vehículo en que viajaba un equipo de Médicos sin Fronteras, se apoderaron de sus teléfonos móviles y raptaron a la joven enfermera argentina y a una médica española. Las dos mujeres vivieron una odisea que duró más de una semana, en zona de montañas, amenazadas de muerte, y al final lograron que sus captores las liberaran cerca de Bosasso. A pesar de su bajo perfil, Pilar fue tapa de varias revistas: allí se la veía con sus 25 años, rubia, esbelta, seria y guapa. Una chica porteña promedio que, sin embargo, había decidido embarcarse en peligrosas aventuras humanitarias. Uno veía sus fotos tranquilas y pensaba: "Después del susto de Somalia lo pensará dos veces". Pero no lo pensó ni una. Pilar quería volver a la guerra.

Los medios llegaron, la cubrieron de fama y la olvidaron. Y su familia y amigos conspiraron cariñosamente para que no se fuera. En Buenos Aires, Pilar comenzó a perder peso. Y los chequeos confirmaron que el estrés postraumático le había producido acalasia, una contracción nerviosa del esófago y del estómago: el anillo muscular se cierra y la comida no pasa. Adelgazó muchos kilos, y tuvieron que operarla y someterla a tratamiento para que lentamente se recuperara de esa fragilidad. Puso todo su empeño en estar perfecta de salud: sabía que un miembro del equipo de Médicos sin Fronteras no puede ser jamás una carga adicional para sus compañeros en medio de la batalla. Buscaba contención en la oficina de la avenida Callao, donde los combatientes hablan de cosas que sólo ellos entienden, en una jerga que incluye términos como plu mpy´nut, que es un sobre con alimento hipercalórico para situaciones límite, y el vocablo expats , que alude a su condición de eternos expatriados. Pilar deambula por la ciudad y no puede dejar de pensar que ante el mínimo indicio de apetito uno puede saciarse en un quiosco de una esquina. Pero existen regiones del mundo en donde no hay comida, ni quioscos, ni una maldita cosa con que llenarse la barriga. En las trincheras, Pilar no siente fatiga ni sopor, pero en Buenos Aires se siente cansada. Esa fortaleza mental que le proporciona el hecho de que todavía le falta atender a 300 chicos al borde de la muerte o la inanición se deshace en los interregnos urbanos, donde la gente se queja del calor o el tránsito. Nunca habla de aquel secuestro, porque no quiere borrar las fascinantes cosas que vivió en Somalia: ocho días no borran seis meses de adrenalina y de resultados ni el cariño insustituible de la gente. Una tonelada hipercalórica de amor fraternal. La vocación de servir, como toda pasión, puede hasta resultar un vicio. "Se te ve tan feliz que nos hace sospechar -le dicen irónicamente sus hermanos-. ¿No será que, en realidad, te vas unos meses de vacaciones a las Bahamas y que todo este asunto humanitario es una mentira?"

Antes de cada viaje, sus amigos tienden a su alrededor un sutil pero persistente boicot para que la enfermera no levante vuelo. Quieren retenerla porque temen por su vida. Cuando todo está perdido, cuando apenas faltan 48 horas para embarcar hacia el infierno, los amigos cambian de posición y comienzan a alentarla. La última vez la despidieron en Ezeiza con abrazos, bromas y lágrimas. Pilar sabía que pronto cambiaría esos rostros por las caras del sufrimiento. La esperaban lugares donde se respira el sufrimiento y donde incluso existe una fisonomía del dolor. Sitios donde la gente agradecida intenta demostrar felicidad sin conseguirlo: le sonríen los labios, pero no le sonríen los ojos. Zonas donde una mujer de 30 años parece de 60 y donde cunden guerras tribales y religiosas, acciones guerrilleras, catástrofes naturales, enfermedades olvidadas y cadáveres apilados.

Bauzá llegó a Etiopía cuando todo era celeridad y desesperación, ruedas de antibióticos, entrenamiento veloz para los locales, alimentos urgentes, revisaciones, historias clínicas y pesar. En esas carpas de Oromía donde instalaron la base de operaciones, los médicos, las enfermeras y los técnicos corrían contra el reloj mientras los chicos morían cada hora. No hay tiempo para plegarias. Y tampoco para lamentarse demasiado por la muerte de un niño, porque la vida de otros 100 está pendiente de que sigas adelante. Suponemos que Dios y la gente lo entenderán. Axna era un niñita de 800 gramos que no se movía y que tenía toda la pinta de quedarse en el camino. Su madre, exhausta y malnutrida, no podía amamantarla, y la beba carecía de las fuerzas suficientes como para tomar en cucharita. Pilar lo intentó sin éxito, y entonces le puso a la madre una sonda desde el pezón hasta un vaso de leche y le pidió que le diera de mamar con esa técnica. Acurrucada en los brazos de su madre, estimulada junto al pezón yermo, Axna instintivamente comenzó a chupar el extremo de la cánula. Con muchísima paciencia, durante días, la hija se fue fortaleciendo y la madre, estimulada por esa succión cercana, logró producir su propia leche, que al final le daba casi con normalidad. Axna, cuyo destino era la muerte, se había salvado. Tenía algo especial, inexplicable. Algo que la distinguió durante aquellos días en los que muchas otras Axna de Oromía se apagaban para siempre.

Los compañeros de Pilar armaron un patio con juegos y hamacas para que los chicos que iban despertándose del letargo pudieran jugar, bailar, hacer ejercicio, aprender a caminar y tonificar sus músculos atrofiados. En septiembre comenzó el nuevo tiempo de la cosecha y llegaron el maíz y el trigo, y descendieron las cifras de la muerte.

Fue entonces cuando Pilar Bauzá fue trasladada de urgencia a la India. Se había roto un dique en el límite con Nepal y las aguas habían arrasado kilómetros y kilómetros; casas, hombres y animales. Nunca había habido una inundación de esas proporciones. Tuvieron que poner clínicas móviles y realizar atención primaria. Iban con maletas de emergencia y llevaban kits de supervivencia, mantas, bidones, pastillas de cloro para el agua, plásticos para dormir y plumpy´ nut. Dos meses en botes o canoas, o caminando con el agua y el barro hasta la cintura para salvar a los aislados.

Luego se declaró una epidemia de cólera en Zimbabwe y Pilar viajó con sus compañeros al Apocalipsis: el VIH y el cólera se expandían rápido y destrozaban cualquier defensa. Los médicos huían hacia países más consistentes y los hospitales estaban vacíos. Los infectados dejaban sus casas para no contagiar a sus familias y se quedaban en los alrededores de los hospitales desiertos, esperando algún tipo de milagro. Los equipos de Médicos sin Frontera encontraron una clínica llena de gente, rodeada de cientos de cuerpos. Adentro sólo había dos enfermeras heroicas luchando contra la nada. No sabían quiénes estaban muertos y quiénes permanecían vivos. Los miembros del grupo humanitario se pusieron los guantes y comenzaron el macabro inventario. Llenaron de cadáveres el edificio y colocaron a los pacientes en un hospital de campaña que montaron a las corridas a pocos metros, un "campo de cólera" para aislar la enfermedad.

En la tienda donde se atendía a los niños, Pilar conoció a Cintia, una pequeña de dos años y ocho meses azotada por las siete plagas. Al revés de Axna, cuando ingresó en el campamento no estaba tan mal, aunque Cintia padecía cólera y sida, mostraba la piel lastimada y una grave infección en los ojos. Su madre, sin embargo, se desvivía por ella, y hubo un momento en el que pareció que saldría adelante. De hecho, se curó del cólera, pero el HIV era impiadoso con su organismo debilitado. Pilar se dio cuenta de que no había nada que hacer, pero aún así hizo lo imposible para que pudiera morir en su casa, con calor y dignidad. Cintia, sostenida por su madre, estaba en un rincón, y la enfermera iba y venía para apuntalarla mientras seguía su maratón de curaciones. A los tres días, Cintia murió. Y la madre sólo decía "gracias, gracias", una y otra vez. Hay cierto alivio en el desenlace cuando la agonía es larga y penosa. Y Pilar no podía darse el lujo de quebrarse aquel día. Había otros 150 pacientes en situación de riesgo. No había tiempo ni para condolerse: la muerte no espera ni entiende. No sabe de lisonjas ni agradecimientos.

Se movilizaron más tarde hacia el condado rural de Gokwe, en plena época de lluvias, cuando los ríos colapsaban y había que cruzar montañas con porteadores o a lomo de burro para encontrarse con pequeños puestos de salud vacíos, adonde iban a morir los pobladores. Muchas veces los propios rescatistas se quedaban atrapados a uno u otro lado de un río. Cuando trataron de alcanzar una clínica remota, algunos funcionarios locales intentaron disuadirlos: era camino de montaña y no se podía llegar. Llegaron después de caminar horas y horas, bajo la lluvia, como si fueran la caballería, cuando ya los 60 pacientes que se habían refugiado en un puesto se daban por muertos y la única enfermera que había en esos parajes perdidos sólo atinaba a repartirles agua y a tomarlos de las manos. La cara de sorpresa y alivio de aquella última enfermera de Zimbabwe al ver llegar a sus salvadores con sus medicinas no tenía precio.

El siguiente destino fue Nigeria, donde se había declarado una epidemia de meningitis. Cada diez años, inevitablemente, los malos vientos traen esa maldición. Pilar tenía cuatro equipos a cargo y estuvo sin pegar un ojo días y días vacunando a toda velocidad a hombres, mujeres y niños. Vacunaron a 600.000 personas en dos semanas. Y hace ocho días regresó a Buenos Aires. La veo serena y recompuesta, sentada al otro lado de la mesa, tomando sorbitos de agua mineral. No hay rasgos de pena en su cara joven. Tampoco de jactancia. Estamos en Callao y Viamonte, lejísimos de la malaria y de los cadáveres. Pero su cabeza está puesta en Etiopía. Quiere volver, porque la epidemia ha regresado al Sur, y sabe que de un momento a otro la movilizarán. Está hablando conmigo no para ser eternizada como lo que es, una especie de santa laica, sino para tratar de que las sociedades tomen conciencia de la importancia de la ayuda humanitaria. En esos sitios infernales conoció pueblos aguerridos y con avidez por conocer y superarse, como en Somalia, donde la secuestraron y estuvieron a punto de matarla de un balazo. Pero también donde los musulmanes ortodoxos dejaban los prejuicios para estrecharle la mano y donde las muchedumbres le demostraban amor puro. Ese amor colectivo e incontaminado, en la tierra de las epidemias y las contaminaciones, suple por ahora el amor de uno solo. Pilar no tiene tiempo para enamorarse, ni para detenerse en una tragedia única, ni para consolar a sus padres o a sus amigas, que la quieren retener otra vez para protegerla de todo mal. La ilusión de Axna y el fantasma de Cintia la esperan en el lado oscuro de la Tierra. Salgo a la calle con mi libreta negra llena de anotaciones y respiro el aire del Centro. No hay mucho tránsito ni hace demasiado calor. Unos chicos con uniforme escolar caminan de la mano de una mujer: van los tres riendo y hablando de una película de Disney. Se detienen en un quiosco y compran Sugus confitados. El sol brilla como nunca. Es un día maravilloso.