jueves, 29 de enero de 2009

El éxito del Grameen Bank

Las lecciones de Yunus
Por Bernardo Kliksberg
Para LA NACION. 8 de noviembre de 2006 publicado en edición papel.

El destino de Muhammad Yunus, premio Nobel de la Paz 2006, era, probablemente, el de otros economistas de elite egresados de buenas universidades americanas: ser un reputado académico o un muy bien pagado consultor. Sin embargo, explica que, cuando en 1974 vio morir de hambre a cientos de miles de personas en Bangladesh, su país natal, por una hambruna, reaccionó de otra manera. "Mientras la gente moría de hambre en las calles -dijo- yo enseñaba teorías económicas elegantes. Me empecé a odiar a mí mismo, a la arrogancia de pretender que tenía todas las respuestas. Nosotros los profesores éramos todos tan inteligentes, pero no sabíamos absolutamente nada acerca de la pobreza que nos rodeaba".

Salió de su universidad de elite y fue a la aldea cercana a conocer lo que sucedía con los campesinos. Una mujer con muchos hijos le mostró las sillas de bambú que producía. Trabajaba muy duramente, pero seguía en la miseria total. Le contó que para producir tenía que pedir prestado a los prestamistas y revenderles las sillas. Le cobraban 10% de interés diario. Después de pagar el préstamo y los intereses sólo le quedaban dos centavos de dólar por día de trabajo. Hizo los cálculos y llegó rápidamente a la conclusión: "Me sentía avergonzado de pertenecer a una sociedad incapaz de dar 27 dólares a 42 personas para ayudarlas a subsistir por sí mismas".

¿Por qué esta señora apelaba a los prestamistas? Porque nadie, ni la banca privada ni la pública, quería prestar a los muy pobres. No tenían garantías.

Yunus había descubierto un gigantesco "mercado cautivo" de la usura y, al mismo tiempo, la idea del microcrédito. Con muy poco se podía salvar la vida de millones.

Después de fracasar en sus gestiones ante el Gobierno y la empresa privada para que se interesaran en este tipo de préstamos, fundó, en 1976, el Grameen Bank , el Banco de la Aldea. Después de dialogar y dialogar con los pobres -algo que sus colegas economistas no habían hecho nunca-, le dio un diseño único en la historia bancaria.

El banco de los pobres
Ante todo, sería un banco de los propios pobres. Sus más de 6 millones de prestatarios tienen hoy el 92% de las acciones. Por otra parte, cero burocracia, los funcionarios del banco no debían esperar en oficinas a que llegaran los pobres. Debían ir allí donde estaban, vivir entre ellos, y captar sus necesidades. Como no había garantías, cero papeles. Todo ello reducía los costos de operación. Concibió dos ideas maestras.

La primera, privilegiar en los préstamos a las mujeres. Son más del 97% de los que reciben los prestamos. Porque mujer significa madre y significa familia, ellas sabrían aplicar muy bien el dinero. En esto tuvo que enfrentar tabúes fuertemente arraigados. A las mujeres campesinas de su país raramente se les permitía tocar dinero o trabajar fuera de la casa. Las empoderó por medio de la experiencia.

Segundo, para pedir un préstamo tenía que haber un grupo de cinco, el préstamo era individual pero el grupo se hacía responsable de que cada uno pagara. Allí movilizó la cooperación, el capital social, la responsabilidad. Todo ello funcionó perfectamente, la tasa de repago es del 98 por ciento.

El Grameen Bank ha entregado, en Bangladesh, préstamos por 5720 millones de dólares. Los préstamos son de 200 dólares promedio. A los veinte años de funcionamiento, ya había llegado a 12 millones de personas, y, actualmente con otros emprendimientos similares, está apoyando en Bangladesh a 38 millones. El Grameen tiene 2226 filiales y da apoyo a 71.371 aldeas. Más de cien países, desde Uganda y Malasia hasta el sur de Chicago, han reproducido la experiencia. En la Argentina, un grupo de pioneros encabezados por Pablo Broder y Norberto Kleinman estableció, en 2000, la organización Grameen.

Cuando se le dio el Nobel de la Paz, el comité del premio explicó que había movilizado fuerzas poderosas para enfrentar la pobreza, lo que era decisivo para lograr la paz. También señaló: "El microcrédito ha probado ser una importante fuerza liberadora en sociedades donde las mujeres tienen que enfrentar condiciones económicas y sociales represivas".

La experiencia de Yunus tiene varias lecciones para una América latina con 228 millones de pobres (41% de la población), 94 millones de ellos en pobreza extrema (19% de la población), y una pobreza persistente (las cifras totales son mayores que en 1980: 168 y 60 millones respectivamente). Estos ejemplos pueden ser puntualizados así:

1. Los economistas y las elites deben salir de la oficina, hablar, y conocer a los pobres y planear soluciones junto con ellos.

2. Deben ser sensibles, comprender la indignación que llevo a Yunus a hacer lo que hizo.

3. Yunus ha prevenido respecto de América latina (a la que conoce bastante): "Mucha gente tomó la idea de llevar el microcrédito a los pobres sólo como una forma de hacer dinero, en lugar de hacerlo para ayudarlos".

4. El papel de la mujer debe ser central.

5. La preocupación debe ser colectiva. Como muy bien definió: "La calidad de una sociedad no debe medirse por el nivel de vida de los que mucho tienen, sino por el de sus capas más pobres".

Ha habido en América latina una actividad creciente en torno del microcrédito, apoyada por diversos organismos internacionales y gobiernos como el de España, pero hay muchísimo más por hacer.

Yunus explicó con claridad sus ideas sobre el mundo actual, muy vigentes para América latina, la región más desigual de todas (una distancia entre el 10% más rico y el 10% más pobre que sextuplica la de España, cuadruplica la de Italia y triplica la de los Estados Unidos, el país más desigual de los desarrollados): "No podemos seguir con el absurdo de que unos tengan enormes riquezas mientras otros tienen problemas para sobrevivir. Si podemos terminar con la pobreza, por lo menos desde el punto de vista económico, tendremos una situación más vivible entre los muy ricos y los muy pobres, entre los países ricos y las naciones muy pobres. Este es el ingrediente principal para la paz".

Hay una lección adicional. Cuando se le comunicó sobre el premio, el Comité Nobel le preguntó qué mensaje quería transmitir. Señaló: "El único es que la pobreza en el mundo es una creación artificial. No es parte de la civilización humana, y podemos cambiar la situación. Lo único que debemos hacer es rediseñar nuestras instituciones y políticas, y no habrá personas que sufrirán de pobreza".

En América latina, tierra de un enorme potencial económico, es hora no sólo de elogiarlo, sino de aplicar, en profundidad, las lecciones magistrales de Yunus.

El autor es presidente del Instituto Nacional de Responsabilidad Social Empresarial y Capital Social de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA).